Autoestima: Cómo influye en el sobrepeso
“De todos los juicios que hacemos a lo largo de la vida, ninguno es tan relevante como el que hacemos sobre nosotros mismos, porque este juicio es el motor de nuestra existencia”. Nathaniel Branden.
¿Cómo es posible que tras decenas de dietas una persona no sea capaz de aprender a comer bien y mantenerse dentro de unos límites saludables de peso?
A un intento le sucede otro nuevo, con prácticamente los mismos resultados. Se logra bajar una cantidad considerable de peso, muchas restricciones alimentarias, y al dejar la dieta, o bien porque se ha alcanzado el resultado deseado o porque se ha agotado toda la motivación, se recuperan todos los kilos y alguno más de regalo.
Cualquier persona con sobrepeso verá que en esto se resume su vida: una dieta tras otras y una sensación de pérdida de control sobre su cuerpo y, por sobregeneralización, sobre su vida. Aparecen dietas milagro, nuevos ejercicios y tratamientos y el pensamiento de que esta vez sí será la buena resurge en la cabeza. Los intentos no llegan a dar sus frutos, algo falla y no encuentran la explicación.
Sin embargo, todo es mucho más fácil de lo que parece a simple vista. Para ello, debemos entender el cuerpo como una mezcla de sentimientos, pensamientos, emociones, personalidad y genes. Todo, absolutamente todo, conforma lo que somos. Entidades que se relacionan estrecha y directamente. Entidades que no existirían si una de ellas desapareciese. Por tanto, si decidimos bajar de peso, ¿no estarían en juego también otros factores y no sólo la alimentación y el ejercicio físico? De hecho, son los otros factores los que sustentan la dieta y los nuevos hábitos.
Y podemos aún simplificar más la ecuación. Emociones, pensamientos, sentimientos y, por supuesto, conductas se encuentran abarcadas sobre un único concepto: la autoestima, nuestra capacidad de valoración propia y del mundo, un conjunto de creencias basado en las experiencias acumuladas a lo largo de nuestra vida.
“Siempre hay un momento en la infancia en el que se abre la puerta y se deja entrar al futuro”. Deepak Chopra.
Al principio de nuestra vida, cuando somos bebés y niños pequeños, nuestra forma de ver y entender el mundo no se extiende más allá de nuestros padres y nuestros familiares más cercanos. Todo lo que ellos dicen se convierte en una verdad universal. Por tanto, su forma de relacionarse entre ellos, con nosotros y también con ellos mismos, es para nosotros una verdad irrefutable. Sus prejuicios, sus discusiones, sus enfados y, por supuesto, también sus cosas buenas, van creando en nosotros una carta de vida que se irá convirtiendo poco a poco en nuestra personalidad.
Si nuestros padres -primero padres y después las demás personas que se irán sumando a nuestra vida, como nuestros profesores- nos dicen que somos malos, nosotros creeremos que somos malos. Si nos dicen que somos incapaces de hacer nada a derechas, nosotros lo convertiremos en una verdad absoluta. Vamos absorbiendo todo lo que nos dicen y hacen, siendo este el patrón que repetiremos en nuestra vida adulta.
Por tanto, la autoestima es el pilar sobre el que se construye nuestra vida: emociones, sentimientos, pensamientos y conductas. Somos lo que somos y hacemos lo que hacemos porque nuestra autoestima así nos lo marca. Y, además, siempre buscará la forma de demostrarnos que tiene razón. ¿Creemos que no somos capaces de aprobar un examen? Encontrará el camino para que esto se confirme: no estudiaremos lo suficiente, faltaremos a clase, decidiremos salir de fiesta la noche anterior… Lo que sea por confirmar la creencia.
Interfiere en todas las áreas de nuestra vida, lo que también incluye nuestro peso, la forma de comer, la alimentación y nuestros hábitos. Una autoestima baja, decidida a sabotearnos para volver a tener razón: no mereces ser feliz. Porque, aunque parezca impensable, podemos llegar a odiarnos a nosotros mismos.
Una baja autoestima, que implica una valoración excesivamente desfavorable sobre nosotros mismos, acaba generando odio y rencor hacia lo que somos. Un odio que hace que busquemos personas, conductas y hábitos que nos dañen. Un odio que muchos dirigen hacia la alimentación, ya que a corto plazo genera calma y satisfacción debido a mecanismos biológicos, pero que conlleva la posterior culpa, generando aún más odio.
Como decíamos antes, la autoestima siempre quiere tener razón, y con la comida y la falta de control sobre ella, se consigue. Este círculo vicioso, hace que sintamos que hemos perdido el timón sobre nuestra propia vida, y como necesitamos encontrar la calma, volvemos a comer, acabando convertidos en esclavos de la comida, el espejo y la báscula, incapaces de diferenciar el hambre real del emocional, sin freno y criticándonos aún más. Hemos conseguido odiarnos y comemos para demostrarnos lo débiles que somos.